viernes, 6 de abril de 2007

En el diván de Joseph



La verdad es que no quería venir a la peluquería, pero me dejé llevar por las súplicas y los consejos de las amigas quienes te sugieren que, en mi situación, un cambio de look, una consentidita y una salida de mujeres siempre ayudan a la autoestima. Y que además es mejor estar arregladita si se quiere aplicar eso de a rey muerto rey puesto, porque a fin de cuentas un clavo saca otro clavo.

Con el refranero popular a cuestas y la sabiduría ancestral del gremio, me voy entonces al lugar que promete ser más efectivo que el sillón de mi analista. Llegamos a la peluquería. Saludos de rigor con dos besos en cada cachete siliconado de Joseph. “Lo de siempre”, le digo, e inmediatamente lanza la fatídica pregunta:

- ¿Y cómo anda todo? ¿Cómo está el susodicho?

Joseph, avezado en confesiones de silla giratoria, decide ante mis párpados entornados y el bien a media voz no entrar en detalles, aunque se muere por saberlo todo. Privilegios que dan los quince años de someterme trimestralmente al inevitable corte de puntas, más todas las veces de acompañamiento solidario a otras que en su momento estaban como yo. Nadie mejor que un peluquero para intuir las cuitas de un corazón damnificado.

Tomo ritualmente un número olvidado de la revista Hola bajo el espejo. En ese momento me siento absurda, sin ganas de enterarme de los despechos de Isabel Pantoja, el matrimonio de Bertín Osborne, la multicultural y edulcorada felicidad familiar de Antonio Banderas y Melanie Griffith o las peripecias faránduleras de Ana Obregón.

Lo único que quiero es un pote sin fin de helado de Chocolate EFE, cuatro cajas de Cleenex, una cobija Ama de Casa y ver por enésima vez An affair to remember, hasta quedarme dormida cansada de tanto llorar y despertarme en el siglo XXI, pero el de verdad verdad.

Así que tomo mi Palm y empiezo a escribir esto, que no se si leerá o si se lo daré o si sólo lo borraré como tantas otras veces después de descargar mi frustración y mi tristeza. Entre jalón y jalón, en un vano intento de Joseph por desdibujarme la herencia afro caribeña, me permito una que otra lágrima, porque total si a una le están desprendiendo el cuero cabelludo, bien se vale una lloradita. Aunque sea por el terrible hijo de su mamá que me hace falta horriblemente y que no quiero volver a ver más nunca en… tres días.

Seguramente cuando salga de aquí, reconciliada con mi cabello L’Oreal, porque yo lo merezco; iré corriendo –eso sí, disimuladamente- tres tiendas más abajo, donde “el susodicho” tiene montado su local de perolitos y tarantines para bebés. Y aunque esta sufridera intermitente si es verdad que no me la merezco, ¿quién puede resistirse a los encantos de un metro ochenta que tiene cocolisos, escarpines, sonajeros, chupones, tiraleches y teteros en su vidriera?

Y menos aún después de mirarse felina en el espejo de Joseph, sintiéndose un milagro de la estética y capaz de hacer olvidar a Helena al mismísimo Aquiles. Allí voy, susodicho. Prepárate, que arderá Troya.

5 comentarios:

Carlos Eduardo Fuenmayor dijo...

Me gusta tu blog
UN ABRAZO AMIGA

Fedosy Santaella dijo...

Saludos, gracias por tu visita. Pasa cuando quieras. Me gustó ese texto a lo peluquería Chang.

Anónimo dijo...

Buscando cosas interesantes por la net me consigo con tu blog. Nada más inspirador que conectarse con otra persona que no conoces, que tal vez viva del otro lado del mundo o quizás no, y sentir mientras la historia avanza que una ha estado allí, en ese diván, disimulando ante nuestro Joseph las inevitables expresiones de desconsuelo producto de nuestro amor damnificado.

Lo más maravilloso, aunque ahorita seguramente es lo que menos te interesa, es que has movido una vibra en una anónima, quien sonríe orgullosa ante lo que pudiste hacer con ese desconsuelo.

"Nunca temas a las sombras. Sólo constituyen el indicio de que en algún lugar cercano hay una luz resplandeciente". Ruth Renkel

Unknown dijo...

Son bonitos los arbolitos que tienes por aqui, gracias por al visita

Unknown dijo...

Hola Lin, no sabía que tenías un blog, llegué por el de Carlos y este texto me ha gustado mucho.
Bueno, nos vemos,
Cynthia