Te propongo: hagamos una tregua. Hablemos cerca de la media noche tomados de la mano, dejemos de lado el desencuentro, expongamos cada uno sus motivos. Empecemos otra vez desde la invitación recíproca a ser aceptados y reconocidos. Desde aquella elocuente bienvenida.
Todavía a veces lloro un poco por las cosas que no dije y no dijiste. Pudo más el miedo a querernos de lejos. El alma agonizaba de dolor mientras el cuerpo sólo se preocupaba por la ausencia. Ahora cuando la primavera viene a empujar la nieve me descubro preguntándome otra vez por qué no me has llamado…