domingo, 9 de diciembre de 2007

Bazar



Varios puestos de fritangas y templetes de CDs quemados no pudieron evitar que te descubriera. Allí, haciéndote el loco, el que no me vio, el que llegó por pura casualidad. Te dejé hacer un rato, a ver qué pasaba. Y nada. Eso. Nada pasó. Me acerqué, te saludé y tu voz, esa que siempre se presenta con un volumen inaudible, dejó vibrar sus cuatro ó cinco decibeles para decir simplemente "¿Qué tal? ¿cómo estás?".

Por un momento me sentí absolutamente corporativa. Como quien firma las tarjetas de navidad con abrazos cordiales. Pasaron tres larguísimos segundos, de esos que descubren al actor en falta frente al público cuando se le va la letra; de esos que hacen saltar al apuntador desde la olvidada concha en desuso. Tres larguísimos segundos en los que sólo podía mirar tu sonrisa institucional, tu corbata, tu camisa gris recién planchada y allí no pude evitar pensar en quién te la planchó, en por qué estabas vestido así, en el marrón profundo de tus ojos, en el archivado sabor de tus besos.

En un gesto autómata te tome la mano, desligada por completo de tu postura distante, de tu mirada evasiva, de tu sonrisa de animador-sabatino-de-programa-de-variedades-justo-antes-del-corte-comercial. Sentí el crujir de mis minúsculos valles dactilares cuando tus dedos, deslizándose sin piedad, se alejaban elegantes de los míos. Diste dos pasos, levantaste la mano derecha, la agitaste brevemente en el aire húmedo de la mañana y musitaste algo que supuse fue un adiós.

No te había visto más desde que te negaste a llevarte tu bata de baño y me devolviste las llaves de la casa. No te vi antes del bazar. No te vi después del bazar. Pero, de pronto, estás en todas partes horadando ese terrible huequito en el corazón; desafiando mi olfato cuando te huelo y se que ya no estás; cuando me duermo y no te puedo abrazar; cuando te recuerdo y la distancia ha borrado lo que me alejó; cuando te leo y encuentro tan vivo lo que me conquistó.

Entonces hago un ejercicio verbal, el soliloquio de la cordura. Redacto en el aire la lista de las cosas que no me gustaban de ti, de nosotros; declamo para mi tus virtudes, inicio la batalla entre el cerebro y el corazón. El esternón y los pulmones se rinden ante la embestida: duele y cuesta respirar. Tus gestos de padrastro bueno, tus versos, tus palabras agudas, me envuelven como trece dragones. Tu humor improcesable, el sabor del cigarro, la pasión ausente, me lasceran la piel con sus escamas. De pie, en el campo de batalla. Soy el campo de batalla.

Gana tu ausencia, la nostalgia, mi razón me convence y finalmente cedo. Me abrigo en tu bata de baño y me escondo bajo el edredón. Suena entonces la banda sonora de mis días sin ti... "...y a pesar de que fui yo quien decidió que ya no más y no me cansé de jurarte que no habrá segunda parte, me cuesta tanto olvidarte..."

2 comentarios:

MaraiaBlacke dijo...

Estimada, puedo decirte que reconozco en tus palabras muchas palabras y en tus sentimientos otros tantos...cometiendo un acto de sincericido te diría que siempre que nos rendimos, la música que suena (audible o mentada) "mecanicamente" es esa.
PD: has escuchado Aire...? si, sí sabras...

Saludos!

Lin dijo...

Inevitable...
Esa es la banda sonora de muchos. Compartirla nos hace como pertenecernos un poco, acompañarnos en este mundo enorme...
Aire, Quédate en Madrid, Naturaleza muerta,Me cuesta tanto olvidarte... cuántas buenas que se traen coleada a una de Hombres G: Temblando...
¡Todo un momento en nuestas vidas!