jueves, 13 de mayo de 2010

Los cuentos breves de Delia Fiallo




II

Cuando conocí al hombre de mi vida acababa de pasar sin pena ni gloria por eso que las abuelas llaman desfloramiento, aunque aún no me salían las muelas del juicio. Quizás por esta carencia ósea fue que me enamoré perdidamente del hombre de mi vida. Y digo perdidamente, porque aunque seguimos enamoradísimos el uno del otro, en el camino nos perdimos y cada uno agarró por su lado en la más completa ignorancia metafísica de que nuestras almas estaban ahí fusionadas desde la inmemoria del tiempo.

Como no pienso esperar cinco lustros más para darle cuerpo al espíritu, ahora que lo reencontré debo hallar una solución para eliminar lo único que nos separa: 206 huesos y 17 músculos de la sonrisa de quien ocupa mi puesto a 7.500 kilómetros de distancia.

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