IV
El hombre de mi vida llegó una madrugada con los ojos brillantes. No pude precisar si era alegría o luto. Sólo supe, casi inmediatamente, que el hombre de mi vida había decidido ser sólo el hombre de MI vida. No pedí explicaciones, ni razones, ni siquiera me enteré muy bien del cuento. Lo cierto es que la que él pensaba que era la mujer de su vida, a 7.500 kilómetros de aquí, cada vez se le fue pareciendo más y más a mí.
Sin quererlo, le hizo darse cuenta de lo mucho que extrañaba mis sabores, a los que ella nunca se acercó. Sin saberlo, ella copió mi mirada del recuerdo que él se llevaba de mí, mis besos de los que yo dejaba en su boca, mis palabras de las que se enredaban entre el pabellón de su oreja y su cabello, mis caricias de las huellas de aquellas que dejaban mis masajes en su cuerpo.
Y así fue como, de a poco, la que él pensaba que era la mujer de su vida le dio alimento a su nostalgia y argumento a sus viajes para –finalmente- convertirme en la única mujer de la vida del hombre de mi vida.
Sin quererlo, le hizo darse cuenta de lo mucho que extrañaba mis sabores, a los que ella nunca se acercó. Sin saberlo, ella copió mi mirada del recuerdo que él se llevaba de mí, mis besos de los que yo dejaba en su boca, mis palabras de las que se enredaban entre el pabellón de su oreja y su cabello, mis caricias de las huellas de aquellas que dejaban mis masajes en su cuerpo.
Y así fue como, de a poco, la que él pensaba que era la mujer de su vida le dio alimento a su nostalgia y argumento a sus viajes para –finalmente- convertirme en la única mujer de la vida del hombre de mi vida.
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